lunes, 7 de julio de 2014

10.000 años antes de Christchurch

Los primeros días que pasé en Christchurch (ciudad con diez consonantes y dos vocales) me dejaron una impresión bastante desoladora.



Para empezar que llegué a un hostel mugroso lleno de rusos y checos mafiosos; y que el clima estaba helado y húmedo y había nubes y garúa todo el tiempo. Para continuar, la ciudad es grande y está dispersa: hay que caminar entre veinte minutos y una hora y media para llegar a cualquier punto del centro (cada cuadra son como cinco cuadras argentinas). Y por último y principal: la ciudad está hecha bosta.




Hace unos años la ciudad sufrió un zarpado terremoto que dejó todo patas pa arriba, muertos y muchísima pérdida material. Y todavía se repuso del todo. La mayoría de los edificios se vinieron abajo, fueron demolidos o están a la espera. En cada cuadra hay una o más obras en proceso. Lo que era bruma marina en Mount Maunganui acá es polvo de concreto. El ruido de martillos, amoladoras y grúas marcha atrás suena en cada esquina.

El terremoto trajo épocas remotas a Christchurch. Hombres rudos y de expresión sombría se mueven de acá para allá, desde antes del amanecer hasta el ocaso, entre pilas de escombros y rocas. Dinosaurios gigantes de cuellos largos devoran edificios y escarban la tierra haciendo sus nidos. Enormes toldos nómades, de hierro y malla plástica en vez de palos y cueros, recubren grandes construcciones. Los caminos son inseguros: calles y veredas están vedadas al paso público por pequeños menhires anaranjados. Como ídolos olvidados, todavía se ven semáforos inútiles, publicidades gastadas, carteles por el piso, detrás de las vallas.


Y si bien los remanentes del terremoto son lo que más salta a la vista del recién llegado, debo aclarar que con los días uno aprende a ver todo el resto.

Al lado de una cuadra entera de negocios clausurados hay una especie de mall construido enteramente con conteiners. Hay placitas y espacios de juegos por todos lados, construidos con despojos de fierros y concreto. Hay una buena colección de graffitis y murales e instalaciones callejeras. Además hay excelentes bibliotecas con excelente conexión a internet, un museo destacable (y gratuito), un jardín botánico que debe ser hermoso en verano, y un río de agua mansa y ondulante, el Avon River, con su cementerio público a un lado, que es un santuario de paz y tranquilidad. Y tiene cielo: como toda Nueva Zelanda, hay un cielo inmenso con nubes extraordinarias y luces majestuosas.



Así que después de pasar esa noche en un hostel horrible, cuando el sol se asomó tímidamente para derretir la escarcha y me cambié a un hostel más copado, empecé a buscar trabajo, a recordar calles bloqueadas y atajos, a pasear y encontrar la comida barata, todo empezó a parecer que mejoraba... Al menos, pareció mejorar por un tiempo.

Aotearoa, o Nueva Zelanda en lengua maorí, significa "tierra de la gran nube blanca".
Sutileza de los maoríes el nombrar a estas islas honrando sus cielos espectaculares.

Rafa Deviaje.

4 comentarios:

  1. Me encanta como escrbis. Muy bueno Rafa!. Cuidate.

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  2. sos un grande enano!!!, animo!!, que si hay algo que esta ciudad medio innombrable te muestra que con trabajo todo mejora!!!

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