No todo fue picking y packing en Te Puke. Sucedió un fin de semana (o eso lo fue para nosotros, porque se juntaron dos noches seguidas sin trabajo en la packhouse) que con la pandilla de cordobeces (y un francés) nos fuimos de escapada a Rotorua, ciudad del olor a pedo y las aguas termales.
Es chistoso que una ciudad más pueblerina que otra cosa, chata y espaciada, huela tan mal. Es el azufre que emana de la tierra, claro. Y es curioso ver por todos lados a donde se mire pequeñas estelas de vapor. Uno creería que son las fábricas del bosque, la zona industrial de la Tierra.
Optamos por ir a un lugar que nos recomendó la viejita de información turística de Rotorua (tan amables siempre todos en Nueva Zelanda que les terminás haciendo caso aunque no quieras, juro que no sé cómo hace la gente acá a la hora de votar), y allá fuimos.
Waimangu. Treinta y cuatro dólares para entrar, caminata estimada en dos horas. La hicimos en tres o cuatro, por lo menos, porque íbamos charlando, señalando, saliéndonos del sendero (mirá si un cartelito que dice lo contrario me va a privar de sacar una mejor foto, de echarme un meo desde un acantilado, o de meter el dedo en agua hirviendo sólo para ver si está hirviendo de verdad), boludeando como los mejores.
(Desgraciadamente, un problema técnico me privó de mi propia cámara de fotos después de la quinta toma, y tuve que pedir prestada la de uno de los cordobeces réquete copados. El hecho de que él sacara las suyas y después yo las mías, creo que fue la causa principal de que nos demoráramos medio siglo.)
El paisaje es espectacular. Montañas boscosas, como ya vengo repitiendo, pero siempre renovadamente espectaculares. Montañas más intrincadas esta vez. Con nubes surgiendo acá y allá, pequeños lagos humeantes como tazas de té bien calientes, viento intenso que arremolinaba el vapor en cualquier dirección, luces extrañas, pantanos mortecinos, árboles secos, arroyos de agua tibia y fango burbugeante. El sendero entero estaba espléndidamente cuidado y la información a lo largo del camino estaba de diez.
Nos tomamos un bondi que nos dejó en la entrada del parque, justo a tiempo porque se largó un chaparrón, y después, aunque nos remoríamos de frío, decidimos ir a las aguas termales. (Después supimos que hay unas piletas termales gratuitas, pero a las que fuimos tuvimos que pagar quince dólares. Turra la viejita de información turística, ni pío dijo de las cosas gratuitas en Rotorua.)
Si no vieron la película/documental Baraka, véanla. Una de las primeras escenas muestra a unos monitos dándose baños en aguas termales de Japón. Y esa postal es la primera imagen que me vino a la mente cuando, corriendo semidesnudo y descalzo en un día que como mucho llegaba a los 10ºC, alcancé el piletón con agua calentita.
Placer. Extremo. Limbo.
Hicimos rendir la plata y nos quedamos más de tres horas disfrutando. Aconsejo personalmente ir alguna vez en la vida a aguas termales, al menos una. Tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro, donar un órgano si querés, e ir a aguas termales. Dicho.
Cabe aclarar que a la vuelta estaba tan, pero tan, pero tan relajado que no podía evitar dormirme, como un bebito. Si llegamos vivos es porque los trabajadores de la kiwifruit tienen un Dios a parte.
Rafa Deviaje.
jajajja, pendejo!!, buenas fotos.. excelente dia al parecer (parecido a lo que habias comentado, pero mas completo), pesimo titulo.. seguis tan ordinario como siempre..
ResponderEliminarJajaja, el hombre no puede ser deshonesto consigo mismo. Rotorua tiene olor a pedo y no a otra cosa. Si fuese azufre, mi nariz no sufre. No siento mis dedos, ¡ni siquiera tengo dedos!
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