jueves, 1 de octubre de 2015

Hello Australia


El once de agosto llegué a Melbourne, ciudad hermosa llena de callejones lindos, arquitectura deslumbrante, cultura y música que desborda desde cada pared y cada abertura. En Melbourne descansé una semana, paseando, comiendo mucho por poca plata, foteando y escribiendo, antes de agarrar viaje hacia el norte. A dedo.




Me habían dicho que hacer dedo estaba prohibido en Australia. Investigué un poco y descubrí que no estaba cien por ciento prohibido, pero que tenía mala fama: hace más de treinta años hubo una serie de asesinatos, y el estigma había quedado ahí gracias a la película Wolf Creek. De todos modos decidí que necesitaba de mi propia experiencia.

Era mentira. En Nueva Zelanda la gente está acostumbradísima a levantar mochileros y parece no costarles nada desviarse para dejarte donde vos tenés que ir, pero acá no son tan facilitadores en ese aspecto. Pero sí mucho más amistosos que el kiwi promedio.



Pasé una primera noche en carpa y no me picó ningún bicho letal ni fui devorado. Llegué a Canberra, capital del país, y me alojé con un huésped de Couchsurfing oriundo de Burma. La ciudad es interesante, desde su Memorial War, su Parliament, sus muchos museos estrambóticos y el diagrama de sus calles. Pero tiene un punto débil: del lado donde está el Parlamento y todas las embajadas no hay un puto tacho de basura.



Allá me fue a buscar un antiquísimo amigo de mi viejo y me paseó a nivel de lujo hasta Sydney, pasando por playas hermosas y comiendo rico. Pasé unos días en Bondi Beach, quizás la playa más popular de Australia, y otros en Manly Beach. Recorrí el centro de la ciudad más grande de Oceanía, me enamoré del Opera House, caminé ida y vuelta sobre el Harbour Bridge, me colé en una muestra de arte en un museo, miré el horizonte ansioso de ver Finding Dory el año que viene, encontré una placita diminuta con esculturitas diminutas.



Y seguí rumbo al norte. Mi pulgar me llevó a conocer gente muy interesante, muy amable, muy amistosa, muy predispuesta a comunicar lo que sea que quieran comunicar, gente llena de historias. Gente con la que llegué a viajar setescientos kilómetros ininterrumpidos. Y hasta un policía me dio un aventón.





Empezó a hacer calor. El calor que tanto había anhelado entre las nieves Neozelandesas. El agua se puso cálida. Esperar a la vera del camino se volvió pesado después de Brisbane (ciudad hermosa a la que apenitas recorrí), y después de la tropical Townsville, usar bloqueador me pareció fundamental.



Entonces tuve suerte: a la salida de Townsville me recogió Ivan, un mánager de construcción. Le dije que iba hacia Innisfail, donde esperaba poder hacer mis ochenta y ocho días de trabajo de campo para extender mi visa, y él me dijo que me podía dejar cerca, pero que iba hacia Atherton. Y por lo que me contó de Atherton, decidí que podía probar suerte ahí, y me invitó a pasar la noche en su casa. En ese momento las cosas cambiaron...

Para ese entonces llevaba casi un mes en Australia, había recorrido más de tres mil quinientos kilómetros a través de los estados de Victoria, Capital Territory, New South Walles y Queensland, y había visto canguros, wallabies, emús, wombats muertos a la vera del camino, cacatúas y otros loros coloridos, lagartos varios.


[Bonus: Nueva Zelanda versus Australia]

[Son muy parecidas si las comparo con mi natal Argentina, pero con leves diferencias cuando se las compara entre sí.]
[Para empezar, el acento australiano se me hace un poco más entendible que le kiwi, y si bien ambos son generalmente buena gente, el aussie es más llevadero y preduspuesto a caerte bien, te va a salir a dar charla de una. Por otro lado, Australia no es tan calma como Nueva Zelanda: acá tocan bocina, gritan, aceleran a fondo y se putean un poquitito más.]
[En cuanto al tráfico es casi igual. La mayor diferencia es el tema de las distancias: en Nueva Zelanda todo está a dos horas y media en auto, todas las rutas zigzaguean, y los cruces peatonales están señalizados con redondeles naranjas. En Australia las distancias son infinitas punto rojo ida y vuelta, la mayor parte de las rutas son rectas, y los cruces peatonales son redondeles amarillos con el dibujo de dos piernas con mocasines.]
[Nueva Zelanda se jacta por no tener predadores naturales (salvo un halcón), y absolutamente ninguna criatura silvestre capaz de matar a un humano. En Australia tenés, por supuesto, tiburones, cocodrilos, serpientes y pitones, arañas y escorpiones. Pero también me enteré que hay que cuidarse de las medusas en el verano, de unos pulpitos venenosos, del pez piedra, de los cienpieses, de algunas plantas venenosas, de un pájaro llamado casuarin al que le gusta destripar gente, de pequeños parásitos... Honestamente, le desconfío hasta a las mariposas.]
[Por último, cabe aclarar a la muchachada que las minas en Australia están mucho mejor que en Nueva Zelanda. Muchísimo.]


Pero recién al día siguiente, cuando amanecí en lo de Ivan y su familia, empecé a comprender cómo era la relación entre el australiano y la naturaleza fuera de las grandes ciudades. Australia, me di cuenta, es un país salvaje.


Rafa Deviaje.

2 comentarios:

  1. Muy bueno Rafa!! Espero el próximo relato... seguí asi pendex!! Abrazo grande!!

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    1. Gracias negro! Éxitos para vos también con tus fotos a pajaritos jaja

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