miércoles, 27 de agosto de 2014

Museo de Fuerza Aérea

Esta cosa va cortita: fui un domingo al Air Force Museum que está en las afueritas de Christchuch.

 

Te ponen un avión grandote en picada a un costado de la calle para llamar la atención, y una vez que estás ahí te quieren cobrar un dólar por un mapita del museo. Está bien: la entrada es gratuita y está abierto todos los días, pueden intentar currar con algo. Pero después de dar una vuelta rápida y ver que el museo son dos hangares y dos salones, y kaput, te preguntás quién es el boludo que necesita un mapita.

 

 

 

Básicamente tenés dos hangares con aviones copados, algún helicóptero y cosas así.  Una cabina de un avión en la que te metés y toqueteás todo y te sentís re Top Gun. Avionetas viejas colgadas del techo, re hipster pero copadas. Una sala, altamente predecible, con cosas de la Primera y Segunda Guerra Mundial (medallas, banderas, pistolas re fashion, souvenirs nazis, metralletas, cascos, etcétera). Tenés una especie de Elige tu propia aventura en la que sos un piloto, y vas paso por paso desde que caés como prisionero de guerra, hasta que te rescatan y tenés un final feliz. Y no sé si algo más. Una cafetería y canteros con florcitas en la entrada, ¿no son re lindas?

 

Bueno, ahora la ficha técnica. ¿Horarios?: lunes a lunes desde temprano hasta las cinco de la tarde. ¿Entrada?: libre y gratuita salvo que lo hagas con tour, no me preguntes si vale la pena porque jamás pagaría un tour en este museo. ¿Mapita?: un dólar, por boludo. ¿Tiempo estimado de recorrido?: una hora, dos como mirá qué bestia que te leíste todo y ni entendés inglés. ¿Ubicación?: Sockburn, a unos ocho kilómetros de la city central.



Rafa Deviaje.

viernes, 22 de agosto de 2014

Jardines Botánicos


La primera vez que fui a los Botanic Gardens de Christchurch, era un día frío, lloviznaba y había neblina. Si granizaba se convertía en una auténtica garcha.


Pero hace poco volví a ir. Y lo que vi, me gustó. Arrancando por la fuente de agua que está al lado del Museo de Canterbury, donde no hay ponja que no se saque una foto, seguís el senderito que más te guste. Y ahí empezás a ver alguna que otra flor, muchos canteros de palitos pelados que esperan la primavera, y cartelitos en cada árbol y arbustito. (En cada puto árbol y arbustito, lo juro.)

Tenés esculturas, bastante pedorras, desperdigadas alrededor. Esta chica que entra a tientas en el estanque, junto con esas mascaritas que giran con el viento, a mí me coparon y me colgué viéndolas un rato largo. Digamos que estos jardines tienen un nosequé que te obligan a colgarte varios ratos. Tal vez sea porque ahí cerca nomás tenés una campana de la paz, al estilo de templo budista... Y sí, debo confesar que, al igual que cada boludo que pasa por ahí, la hice sonar, ¡y sonó lindo! Y más fuerte que los demás, admito.



Tenés bancos por todos lados para echarte a pachorrear, el río que zigzaguea, tenés sectores con plantas clásicas de distintos lugares, un pantano, unos jardines de piedras que, la verdad, se zarpan. Una cafetería recontra paqueta, un sector de juegos infantiles que mantuve a prudencial distancia, y por último, la gran joya: invernaderos.


 

Tenés uno chiquito con cáctuses. Que está bien. Después otro, más grandecito, con helechos y palmerotas y esculturas de moas. Está mejor. De hecho, me re copó: tiene un cursito de agua, mucha sombra, luz matizada, humedad, cosas lindas. Me quedé sentado ahí respirando humedad, aislado del mundo de afuera, viendo el verde.


Le sigue un edificio más grande con un sector lleno de macetitas con flores y angelitos rollizos; otro sector que está cerrado al público (¡la intriga!), y por último (aunque suele ser lo primero que la gente común ve y decide entrar), la gran glasshouse tropical.



Está bárbara. Es grande. Tiene dos pisos. Adentro hace calor y está agradablemente húmedo. Tenés chorrito de agua en el medio, con cascadita artificial y todo, y mil plantas tropicales, carnosas, frutosas, selváticas, (rotuladas), colgantes y dispersas. Vidrios opacos por el tiempo y los sedimentos que deja la continua condensación del agua, y un cielo celeste del otro lado. Una atmósfera genial, una luz fantástica que llega a todos lados y tiene mil matices. Lo único que se extraña adentro es el piar de los pájaros.

En fin: para todo aquel al que le guste sacar fotos, leer tranca, tirarse una siesta en el pasto, ir a un semi-sauna tropical, le recomiendo darse un paseíto cada tanto. Da placer el tan sólo ver el pasto siempre cortito y saber que no fue uno el que lo tuvo que cortar




Rafa Deviaje.