No lo supe yo, pero esa
primera noche en Nethergreen (el nombre que le venía puesto a la
casa que solía ser escuela rural), antes de ser mordido por la
serpiente, Choco me dio el pase que hacía falta para entrar al
corazón de aquella familia: mientras charlábamos en la penumbra,
se vino a echar a mis pies. Ivan tenía plena confianza en el
criterio del perro: Choco, me dijo, se acostaba sólo cerca de personas que fueran de fiar, y desconfiaba naturalmente de cualquier sospechoso.
Por eso, en el corazón de
la conmoción por tener a un perro agonizando en la veterinaria, Ivan
vino con la idea de que podía ayudarlo a hacer una pequeña huertita
para vegetales, atrás de la casa, mientras veía dónde podía
conseguir un trabajo en serio.
Y así empecé: después
de tres o cuatro días de duro trabajo bajo el sol que calentaba de
lo lindo, la huertita estuvo hecha, con sus surcos, su corralito
protector y su sistema de irrigación instalado. Choco volvió de la
veterinaria después de casi cuarenta y ocho horas inconsciente,
débil, estresado, traumado. E Ivan me señaló el pequeño
bosquecito que creía en cada esquina del terreno: si tenía ganas
(no tenía que sentirme obligado), podía quedarme más tiempo,
mientras podaba aquellas arboledas, sacando árboles jóvenes y
podando los demás a una altura de dos metros, para que los nenes
pudieran jugar ahí sin temor a serpientes escondidas.
Respiré profundo, respiré
aquel aire de montaña tan cálido de día y tan fresco de noche, tan
lleno de humedad y de polvo, y dije que sí. La tarea me llevó un
mes: durante seis años la casa había estado descuidada, y los
bosquecitos eran pequeñas junglas.
Durante ese mes vi
insectos de todo tipo, arañas de todo tipo, pájaros varios, y en
los ratos libres jugaba con Luke y Olivia, charlaba con Ivan y
Amanda, iba a pasear con ellos a unos laguitos, a un bosquecito, a
nadar al río, a comer a restaurantes simpáticos.
Terminada la deforestación
(que dejó una pila de madera de, calculan los expertos, entre siete
y diez toneladas) vinieron días de reposo y de lluvia, de básquet y
de tenis, de fútbol y de cama elástica, de darle una mano a Ivan
con esto y aquello, de hablarle de películas que había visto y escuchar historias que él había vivido, de escribir y leer mucho, de sol poniéndose
sobre las montañas y de siestas en hamacas, de olvidarme que el
tiempo pasaba...
Fueron casi dos meses los
que pasé en Nethergreen. La suprema tranquilidad, la selva en las
colinas que se esfumaban en el horizonte, los chapuzones en el río,
las ocurrencias de Luke y Olivia, las infinitas anécdotas de Ivan,
me habían atrapado.
Pero supe que ya era hora
de despedirme, prometer que volvería a saludar, darle un último
mimo a Choco, y tomármelas: bajar la montaña otra vez camino al
mar, y buscar un trabajo que me permitiera aplicar a la extensión de
mi visa. Innisfail, aquel pueblo bananero al que me dirigía cuando
Ivan me levantó en la ruta, en las afueras de Townsville, seguía
siendo mi destino.
Rafa Deviaje.
parecen dos buenos meses enano.. :D
ResponderEliminarLo fueron, lo fueron...
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