Saqué mis pasajes para Tasmania y me encontré con una semanita y pico al cuete, así que cargué mochilita en la Hilux y me fui un día bien temprano a visitar Chillagoe, una localidad a unos doscientos kilómetros donde había, según decían los conocedores, cavernas espectaculares.
Bueno resulta que, como de costumbre, tendría que haber hecho un poco de investigación previa seriamente. Porque llegué allá y me encontré con que las tres mejores baticuevas (la Royal, la Donna y la Trezkinn) sólo son visitadas con tour guiado por un ranger. Esas cuevas tienen iluminación copada, escaleras bien diseñadas, fuentes de agua y entradas recontra fortificadas e infranqueables. No las pude ver en vivo y en directo pero sí vi unas cuantas fotos después.
Igualmente dediqué un par de horas a las cuevas Pompeii y Bauhinia. Una tiene una serie de galerías pequeñas que dan la vuelta en redondo, más unas laterales, en las cuales es imposible perderse, y la otra tiene una gran galería abierta por arriba. Creí que eso era todo cuando descubrí un pequeño agujero, al nivel del piso, que iba más allá. Dudé, dudé, dudé, y me mandé cuerpo tierra. Al otro lado había una galería enorme y paredes que brillaban como brillantina.
Después me trepé a la punta de una de las montañitas, cuya piedra estaba afilada como la gran siete, me fui a ver los restos tóxicos de una planta minera, y me estaba por volver, medio decepcionado, cuando la viejita de la estación de servicio me informó sobre las cavernas de Mungana, a unos diecisiete kilómetros más adelante.
Primero aparecés frente a unas pinturas rupestres, pero si te alejás caminando unos metros encontrás una grietita en la pared de roca. Y si no sos muy gordo y pasás por ahí, aparecés dentro de un laberinto geológico que te pone los pelos de punta de lo mucho que se parece al pasaje hacia la Morada de los Muertos de la Tierra Media.
Pasé un par de horas hundiéndome en las grietas y pasadizos. Lamenté, esta vez, no tener ningún equipo de escalada, porque encontraba pozos profundos que se perdían en la oscuridad, paredes verticales, pasajes demasiado estrechos. Así y todo llegué bastante profundo (pero me mantuve casi siempre en espacios de techo despejado y con luz natural, por las dudas), disfruté el no ver basura desperdigada ni una pisada, e imaginarme como el primer ser humano en aquellas cavidades.
Después seguí un poco más adelante y me encontré otras cuevas, y a Monkie, el que trabajaba en la plantación de paltas, charlamos un rato y me volví, lamentando, una vez más, no haber traído mi equipo de camping, porque definitivamente el lugar vale para dos o tres días.
Rafa Deviaje.