A medida que me alejaba del Lago Ohau,
todavía agitado adentro mío, decidí poner
destino en Cromwell. Sabía que no iba a ser un lugar tan bonito pero
resulta ser el Te Puke de las cerezas, cuya temporada de cosecha
arranca en diciembre, y mi plan era aplicar a todos los trabajos con
unos dos meses de anticipación, como más de un backpacker me había
recomendado.
Crucé un camino muy lindo
que se animaron a llamar Transalpino. Para tanto no le daba,
ciertamente, pero era bastante espectacular. Cada vez más seco y
abundante en curvas y contracurvas.
Llegué a Cromwell y
descubrí (después de tres días en el bosque sin celular) que era
sábado. ¿Posibilidades de aplicar a algún lado? Nulas. Para colmo
fui a la biblioteca a ver de chupar Wi Fi y me lo querían cobrar.
Así que simplemente pagué un camping y me di una zarpada ducha (la
primera en nueve días, récord personal).
Al día siguiente fui a
Alexandra, que es como el otro Te Puke de las cerezas. Tampoco pude
aplicar a ningún trabajo, por supuesto, pero la ciudad me gustó
más. Y estuve a punto, puntito de saltar desde un puente al agua
verde de un río que pintaba re copado, pero desgraciadamente,
mientras veía la logística de cómo y dónde saltar, por dónde
salir y volver rápido a buscar las zapas y volver al auto sin que me
agarre la cana, se nubló todo y empezó a soplar un viento del sur
que me cagó los planes desde arriba de un puente. En fin.
Me fui para Queenstown. Me
habían dicho que era el Bariloche de Nueva Zelanda, y tan pero taaan
mal no estaban. El paisaje es muy lindo (especialmente el azul del
lago y las montañitas violetas alrededor) y la ciudad es súper
paqueta, súper careta, súper cara, muy pero muy bien puesta. Tiene
unas callecitas peatonales llenas de locales de comida y de cualquier
cosa, unos jardines botánicos donde juegan al freesbee golf, una
playita que está OK, un viejo loco que le tira pancitos a las gaviotas, una góndola que sube a la montaña más
cercana y una pista de carritos de rulemanes arriba de todo.
En Queenstown me encontré
con Pablo, un flaco que había conocido en la packhouse de Te Puke, y
con él fuimos un día a Arrowtown (Pueblo Flecha, me sonaba re Pokémon), que fue un antiguo pueblo minero.
Tiene la belleza natural que tiene todo lugar que esté en la
cordillera de la Isla Sur, y unas dos cuadras centrales que parecen
transplantadas del lejano oeste, pero no mucho más.
Otro día fuimos para Glenorchy, manejando por un lindísimo camino al lado del lago. Pero
bueno al final tampoco es tan espectacular como te quieren hacer
creer los panfletos.
El último lugar al que
fuimos fue Wanaka. Esa ciudad y ese lago, venía escuchando y
escuchando en bocas de todos, tenía que ser impresionante. Pero qué
sé yo, tal vez porque era un día ni tan primaveral ni había nieve
alrededor, tal vez simplemente porque venía de recorrer paisajes
sublimes, tal vez porque como con Pablo éramos terribles ratones no
nos atraía nada del centro comercial... pero lo cierto es que no me
copó. Para nada.
Mientras tanto, entre
paseo y paseo, yo me clavaba unas horitas en la biblioteca y aplicaba
online a todos los trabajos de Cromwell y Alexandra. Y las primeras
respuestas no tardaron el llegar: estaban saturados de aplicaciones,
no prometían nada, pero si quería un trabajo tendría que ir
personalmente para allá a mediados de diciembre.
Entonces hice cuentas y me
di cuenta que desde ese momento (o sea mediados de octubre) hasta
mediados de diciembre, había dos meses. Mi presupuesto me aguantaba
unas tres semanas más de vagabundeo como mucho. Tenía varios
destinos más al sur que quería conocer, ¿pero dos meses?
Entonces ocurrió lo
imprevisto. Una vez más. Federico, un amigo de uno de mis hermanos,
que se encontraba en Nueva Zelanda y al cual contaba entre mis
amistades del Facebook así por si las dudas, había publicado que en
la farm en la que trabajaba en Oamaru necesitaban a alguien con
cierta urgencia.
¿Recuerdan que yo había
ido a Christchurch en busca de un trabajo en una farm? A parte
Federico decía que la paga era buena, la onda con los jefes era la
mejor, proveían casa gratuita y (este fue el detalle que
me convenció), los campos daban al mar. Miré el mapa y vi que
Oamaru estaba a menos de tres horas, cruzando en diagonales hasta la
costa Este.
Lo medité. Y mucho.
Llevaba menos de veinte días en mi tan deseado viaje liberador, no
tenía ganas de internarme en un nuevo trabajo, por más ahorros que
prometiera. Pero por otro lado tampoco tenía idea de qué hacer
hasta la temporada de cerezas, y en el fondo estaba experimentando
mucha soledad. Porque viajar solo tiene la gran ventaja de una
absoluta independencia y una libertad grandiosa. Pero no había
tardado en aprender que cualquier indecisión se paga el doble y que
las posibilidades se reducen a la mitad.
Así que pedí a Federico
instrucciones más precisas de cómo ubicar la farm en la que estaba
y le dije que me esperaran al día siguiente a la mañana. Apenas
llegué conocí a Alex, el jefe kiwi, a Federico y a Cecilia, su
pareja. Y después de un día de mucha charla e intercambio de
información de todo tiopo, Alex terminó dándome el trabajo,
siempre y cuando me comprometiera a estar un año ahí. Dije que sí,
y al día siguiente me puse las botas y a trabajar.
Rafa Deviaje (Devacaciones)